Alterado moralmente, pues añoraba mucho a “Mara”, se convenció de que la vida era algo más que
vagar de un lado a otro buscando quién sabe qué. Tomo un carguero que lo llevó
a Uruguay. Su primer contacto con América le impresionó muchísimo. Pues allí el
mundo parece tener otra dimensión. Se pasó a Argentina donde no tuvo buenas
experiencias. Como sabía montar al estilo mongol en Argentina ganó algunas
carreras de caballos celebradas en La Pampa. Eso le granjeó fuerte enemistades.
Con frecuencia derivadas de envidias mal gestionadas. Decidió huir. Empezaba a
añorar el continente asiático, en concreto las cumbres del Nepal cuando decidió
escalar El Aconcagua. Los Andes se le
antojaron majestuosos, acostumbrada a decir
“Nada tan impresionante como El Himalaya, nada tan majestuoso como Los
Andes”.
Volvió al Tibet y pasó dos años meditando en un monasterio
al pie del Kailash. Los monjes le ayudaron a encontrar una parte lo que estaba
buscando. Practicando la meditación
consiguió albergar el recuerdo de “Mara” de forma positiva. Pudo acompañar su
pérdida pensando que ella estaría en algún lugar mucho mejor que el
Serengeti, o al menos, menos arriesgado.
Un día mientras andaba montando un yak recibió en su rostro
el gélido viento del Norte. “Toca partir de nuevo” pensó para sus adentros…
Esta vez viajó a Estados Unidos. Tomó un carguero en La
India, país que admiraba por sus gentes y navegó en varios barcos, fue de
puerto en puerto hasta llegar a Nueva York. Convivió con algunos empresarios de
éxito, ya que ser millonario y además ciudadano británico abría en aquel tiempo
muchas puertas en esa ciudad. Acudió a varias fiestas de sociedad pero decidió
que allí no encontraría nada alejado de la superficialidad y la hipocresía de
una sociedad decadente.
Se retiró al interior del país. Caminó por recónditos
lugares. Visitó “Monument Valley”, se dejó embargar por la inmensidad del
“Grand Canyon”, recordó su época de experto nadador en la república magiar
atravesando el “Mississipi”, se enzarzó en oscuros debates en tabernas de “New
Orleans” pero toda su búsqueda le llevaba a un poderoso vacío interior.
Un día, como el que no quiere la cosa, caminando por
un camino en Utah tropezó con un indígena. Un indio americano. Un genuino piel roja. El hombre era de una
mediana edad, un poco mayor que John. Una sonrisa de soslayo les bastó a ambos
para cerciorarse de que algo nuevo estaba pasando. John le regaló un mala de forma casi
instintiva. Se llamaba “Sol Azul” y pertenecía a la tribu de los navajos. El
indígena le invitó a comer con su familia. Vivían en contacto con la naturaleza,
tenían unos pocos animales y se servían de los recursos de la naturaleza como
lo habían hecho sus antepasados navajos. Todo se aprovechaba, todo era útil,
nada estaba allí por casualidad. Le recordó a la forma de vida que había tenido
con “Mara” y decidió aceptar la invitación de “Sol Azul” para pasar unos días...
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