Espero que os guste y podáis disfrutar de él. Al menos ese fue mi deseo al crearlo.
La leyenda de John Mirbond.
Me llamo Joe Mirbond. Soy el tataranieto de John Mirbond, de
“Viento del Norte”. Hoy he llegado hasta aquí invitado por vuestras familias
que de forma muy cortés han accedido a costear mi viaje. Pues yo, aunque
parezca mentira, desprecio el dinero.
Para que os cuente mi historia, o mejor aún la historia de
mi tatarabuelo necesitaré un buen par de sonrisas. Así vivo mi vida, contando
historias, coleccionando sonrisas. No
me quedaré con nada más, tan solo eso.
Los Mirbond somos nómadas. Nos dedicamos a viajar por el
mundo. El primer Mirbond viajó por un ideal. Los demás Mirbond viajamos porque
no entendemos la vida de otra forma. Mi tatarabuelo viajó en busca de la esencia de nuestra existencia.
Vivió en el siglo XIX y amasó una fortuna gracias al comercio con América del
Sur. Poco antes de irse de este mundo
para reunirse con “Mara”, decidió entregar
su dinero a una entidad bancaria en Geneve que gestiona desde entonces
el patrimonio de la familia. Podéis creerme cuando os digo que desprecio el
dinero porque lo he tenido en abundancia. He tenido tanto que no lo valoro. Os aseguro que en la
vida hay otras cosas que producen mayor bienestar y satisfacción.
Pero yo no he venido aquí a explicar mi historia, sino la de
John Mirbond.
Aunque se ha investigado en reiteradas ocasiones, no está
muy claro en qué ciudad nació, ni donde se crió. Pocos detalles se conocen de
su infancia y de su juventud. Tan solo ha llegado hasta nosotros que era una
persona con un marcado carácter extrovertido,
con un arraigado sentido del honor y con una fuerte sentimiento de
solidaridad.
Fue un hombre afortunado. He de advertiros que en sus
últimos días alguien le oyó decir que no alcanzó su dicha hasta descubrir la
verdadera razón de su existencia. Tras atesorar una importante cantidad de
dinero, más del que se podría gastar en dos vidas, decidió abandonarlo todo
para encontrar su razón de ser. Necesitaba encontrar su lugar en el mundo, su
misión.
Salió de su ciudad y a lomos de su montura se dedicó a
visitar los lugares más recónditos que acertó a encontrar. A todos ellos fue, y
en todos ellos buscó lo mismo. Visitó el Japón del Emperador, donde le
enseñaron caligrafía. El Tibet, donde le
ofrecieron té con manteca de yak y tsampa.
Convivió con monjes tibetanos que le regalaron “malas budistas” con los
que poder recitar mantras. John hizo
acopio de ellos y dedicó toda su vida a regalar algunos a las personas de
corazón noble. Si queréis puedo regalaros alguno pero debéis prometerme que
sois dignos de poseerlos y que algún día, cuando veáis que alguien los merece
más que vosotros, los regalareis. Son objetos preciosos, portadores de las
mejores intenciones. Son auténticos y os los entrego con mis mejores deseos. En el
Tibet le enseñaron parte de su sabiduría, y los Mirbond siempre encontramos un
buen viento que nos lleve para allá.
Puede parecer mentira, pero el viento en algún momento nos lleva...
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